«Esto es como la lotería, y usted se ganó el premio mayor»

Tome a mis hijos del brazo y los arrastre hacia la silla más lejana al counter, una que casi daba a la puerta de salida; los niños no sabían que sucedía y me miraban mientras wp-1507988357482..jpgtrataban de comprender porque mamá estaba tan desencajada, me arrodille frente a Gabriel, lo mire fijamente con los ojos llenos de lágrimas y le dije: Amor, tú no hiciste nada, solo que ahora tendrás que tomar pastillas como lo hago yo y ¡todo va a estar bien!

Pero en mi cerebro nada de lo que decía tenía sentido, era una mentira enorme, lo que le dije no era ni cercano a la verdad.

En mi mente solo estaban los momentos cuando detectaron mi enfermedad diez años atrás, los médicos decían que era una enfermedad infantil , que tenía suerte que se hubiera presentado ya siendo adulta, que el pronóstico era completamente «incierto» y bien mi función renal podría deteriorarse en semanas o meses  (estimando entre 10 a 15 años para llegar a perder completamente la función renal bautizada como insuficiencia renal) quizás podría llegar a morir por cualquier otra razón que no tuviese nada que ver con mis riñones, la «suerte» era que el apellido de mi Glomerulonefritis (membrano proliferativa o mensagiocapilar) era la más benévola dentro de este tipo de nefritis.

El porque de esta enfermedad era también en ese momento «incierto», descartaron todas las posibilidades, ellos decían: podría deberse a infecciones urinarias repetidas y mal curadas, lo más probable es un estreptococo,  quizás es herencia…

Recuerdo aquel hombre de bata blanca, forrado en una voz algo  prepotente y una actitud proveniente de la soberbia, que nace de saberlo todo y a la vez nada me dijo: «Señora esto es como la lotería y usted se ganó el premio mayor»

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Sin ahondar en el plano netamente científico y hablando de la experiencia propia les explicaré ligeramente que es lo que sucedía.

El riñón tiene unos pequeños tubos o glomérulos que se inflaman y es donde se filtra la sangre, básicamente, lo bueno se absorbe y retorna al cuerpo, el desecho se filtra y se convierte en orina, como cuando utilizas un cernidor o cedazo para colar el jugo.

Debido a esa inflamación la proteína se elimina por la orina; no se si a causa de esto o viceversa pero la presión arterial aumenta, los parámetros de triglicéridos y colesterol se vuelven locos, revisan constantemente  la creatinina y un sin fin de resultados más con el objeto de medir la función del riñón o más claro el tiempo de calidad de vida que te queda.

Todo empieza con un simple análisis de orina y al paso se convierte en constantes exámenes, tal ves por semana y en el mejor panorama uno por mes, después de un par de semanas la imagen de las venas de tus brazos parecen una constelación de huequitos rojos sobre caminos verde azulado que están bajo el pellejo deshidratado y escamoso de la piel, eso a causa de los mil medicamentos que te ayudan o te empeoran en el asunto de la hidratación o la retención de líquidos.

Al cabo de un tiempo se vuelve un fastidio llegar al laboratorio, se vuelve intolerable soportar la despersonalización con la que te tratan y es peor la poca empatía de las y los laboratoristas,  tienes suerte si realizan bien los exámenes y no te toca repetirlos según ellos puede que tu hayas contaminado la muestra o como creo yo, de pronto pudieron hacer mal su trabajo, de cualquier modo, será un milagro si encuentras un ser humano dispuesto a tratarte con amor y respeto, pero definitivamente sí los hay y es demasiado reconfortante cuando te los encuentras.

Hablemos de la recolección de orina de 24 horas, que es completamente molesta y vergonzosa, además, por que la orina tiene cierto color obscuro a veces incluso porque eliminas sangre, hay un olor característico que solo quienes han tenido un familiar con alguna afección renal o quien ha trabajado con pacientes renales puede identificar e indiscutiblemente llega a odiar.

Por la voluntad primaria de vivir o por la presión que los que te aman ejercen sobre ti, dejas de ser un individuo respetado, único y dueño de su cuerpo, te conviertes en un cliente más, pasas a ser un número de atención o una historia clínica, un sujeto de estudio.

Pierdes cualquier posibilidad de disfrutar esos paseos despreocupados e improvisados en familia y no solo por descomponerte a mitad de viaje,  llevar medicinas y la hora para tomarlas empieza a ser un tema prioritario, el calendario deja de correr en función al trabajo y las fechas especiales, se empieza a marcar al compde los análisis y visitas médicas.

Normalmente tienes la vida comprada, caminas seguro y despreocupado mientras transcurren los días, te ocupan las deudas, la familia, los estudios, el trabajo, etc. Pero eso es solo hasta que llega un diagnóstico, desde ese momento las preguntas más inverosímiles son un problema, por ejemplo: este (mareo, ardor en el estomago, dolor de cabeza, dolor de cuerpo, gripe, picor, rash, morado, calambre…) es por hambre, estres o algo que hice en el día o definitivamente es un efecto secundario de las medicinas o ¿La enfermedad se agravó? y son menores los días en mi cuenta.

Las más difíciles incógnitas giran en torno al ¿Podré tener hijos? en verdad quería ser madre, será posible llevar un embarazo a término, viviré para ver su carita, viviré o tendré calidad de vida para proveerle amor y cuidados. Si no pudiese, cuanto podré vivir junto a mi pareja, cuanto él o ella soportaran junto a mi esta enfermedad.

Se preguntaran «¿Cómo las personas que son diagnosticadas con una enfermedad crónica, auto inmune o catastrófica, logran lidear con eso? Seguro se dicen a sí mismos: Yo dejaría botando todo eso y que pase lo que tenga que pasar»

Se los explicaré así; nada, nada, nada de lo que yo humanamente hiciera podría haber cambiado lo que estaba sucediendo, a pesar de creer en Dios, nunca, en esta situación o en las otras en que perdí algo como la salud o a álguien como mi hijo tuve la fe suficiente para ponerme en sus manos. Cometí el error de creer que mi decisión de sanar era suficiente, que mis decisiones oportunas serían la clave para superar las tragedias, que someterme a lo que álguien experimentado como un médico dijera que debía hacer, haría que todo resultase bien, solo debía sobrevivir un día más, espero pongan atención y retumbe en su mente esta diferencia; solo debía «sobrevivir» un día más, no ¡vivirlo!

He probado rotundamente que por mucho que lo desees y lo intentes, si no pones la fe delante de tu voluntad, no importa cuanto luches no veras el milagro, no verás a tu Padre, a la vida o al universo actuar, he transitado ese camino y aprecié maravillas, como lo es la voluntad humana, aprecias el poderoso amor de la familia, pero finalmente te queda la sensación que las cosas pudieron salir mejor, que algo más te quiso mostrar la vida y se te paso por alto, pero pasa… Hasta que un día muy similar a lo anterior la historia se repite.

De cualquier manera había logrado llevar esa carga durante diez años,  diez años llorando la culpa de un niño muerto, diez años llorando la perdida de mi salud, diez años temiendo profundamente a la muerte, sobreviviendo un día más; y hoy todo, todo aquello se repetía frente a mis ojos como un rollo fotográfico, tal como se pasan las capturas de los momentos de nuestras vidas en excelente calidad en un armónico y vistoso vídeo musicalizado.

Solo que ahora esos momentos los viviría mi hijo, ese pequeñito por el cual ore y pedí tanto a la Virgen, a Dios , a la vida, al universo, milagro que llego arrasando y  colmando de amor , le había asignado la penosa labor de llenar el vació que dejó la perdida de su primer hermano, llegó afirmando que la fe obra independiente de lo que médicos y especialistas aseguren, él encarnaba el mensaje divino que Dios estaba conmigo y mi familia.

Y si era así, todo aquello esas bendiciones, el milagro de su vida, entonces ¿Cómo podía estar sucediendo esto? ¿Que quería decirme la vida? ¿Como había podido descuidarme? De tal forma que fui sorprendida una vez más con la guardia baja.

Internamente mi espíritu en una sombra rojo sangre se revolcaba y gritaba a los cielos: ¿Qué demonios quieres? ¡Te llevaste a mi primer hijo! ¡Maldita sea! ¿Por qué quieres al segundo también? Te has cargado supremamente con nosotros, no Señor no eres un buen padre.

Apurada hurgué hasta el fondo de la cartera y tome en mis manos el celular, también limpiaba disimuladamente las lágrimas que no paraban de caer y observaba fijamente el celular.

Puede haber sido el shock pero no sabía a quien llamar.

Continua…

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