Pasó a las 19:30 del jueves 3 de enero del 2019. Ese día mi esposo y yo nos habíamos levantado como a las 5 a.m. porque fue imposible conciliar el sueño y es que ese hombre lleva años con dolor de las muelas cordales y para el fin del año 2018 las molestias eran insoportables.
Nos levantamos con la consigna de que sin excusas esa tarde se tomaría una placa, acudiría a una clínica y concertaría una cita para la cirugía de extracción de las molares.
Así pasamos a la rutina de cocinar, levantar a los niños, hacer que Gabo se tome el cóctel de pastillas (que evita el rechazo de su trasplante de riñón), dientes, vestimenta, desayuno y salir a dejarlos. Todo ello con el aliciente que ese día sería el primer entrenamiento de Cisne con vistas a competir en la ciudad de Tampa-Florida a fines de febrero.
Era sumamente importante medirse con gimnastas del país del norte; por diferentes razones el año pasado, a último momento tuvimos que cancelar el viaje, así que este año estaba decidida a darlo todo, y traer una medalla de oro al menos.
Y es que en esta búsqueda del oro anduvimos el año pasado; aterrizamos en Panamá donde a pesar de irnos no tan mal, comprendimos que para obtener podio en una competencia internacional debíamos entrenar muchisimo más, debíamos invertir aún más tiempo y dinero, sí, invertir en el sueño de tu hija.
Muchas veces no alcanza lo buena que seas, esos primeros viajes te sirven para despertar de ese pensamiento: «Mí hija es super buena, la mejor», nada más acertado que un baño de humildad para darte cuenta que como tú o en el caso de lo padres como nuestra hija hay miles buscando la gloria del oro.
Descubres que esos buscadores de oro sacrifican horas y horas entrenando, alimentándose saludablemente, cultivando su espíritu para no rendirse, evitando fiestas y encuentros que los 9 años son necesarios y comunes, sufren una lesión tras otra y se levantan a practicar desde cero o no dejan de entrenar nunca.
Es una cosa que a muchos nos puede parecer demasiado o innecesario, pero para aquel que nace con el espíritu para retarse a sí mismo, ha probado la intensidad que demanda una competencia o se ha dado cuenta que puede romper los límites de su cuerpo; entrenar más y competir para llegar a la gloria de un podium es parte de su naturaleza que fluye sin esfuerzo.
De ahí que Julio, mi esposo y yo decidimos apoyarla hasta donde quiera llegar.
Una vez más por el mes de octubre está fiebre nos llevó a Perú, esta vez los entrenamientos y el trabajo en su autoestima tomaron cinco o 6 meses, como lo dije antes, no fueron sencillos, en ese periodo sufrió su primera lesión, la primera atención fisioterapéutica y la primera disminución de actividad, sin embargo en tiempo récord se paró, entrenó y compitió.
Normalmente cuando el deporte es un hobby y no una pasión, competir es irrelevante, lo prioritario es la salud que este te brinda, pero cuando alguien toma con absoluta pasión un deporte, una lesión parece un bache, una mala jugada del destino que interrumpe y estorba sobre manera en la progresión que calculas hacía un objetivo.
Su actuación en Lima fue fantástica, llegó al podio en tres ocasiones, un bronce en el Total Ganador, una plata en viga y bronce en salto.
Fueron tres reconocimientos a la lucha interior que mantuvo esos meses mientras trataba insistentemente que le saliera un salto que se le hizo cada vez más complicado y de hecho no logró tenerlo listo para esa competencia, pero en esa lucha fue cuando se lesionó y debió bajar el ritmo de entrenamiento e incluso cambiar su rutina de actividad en el colegio y la casa.
Por un momento se permitió pensar que no haría un buen papel, pues su equipo, sus compañeras iban mejor preparadas e incluso dominaban el nivel con el cual competiría, por más tiempo que ella.
Ya en plena competencia, en lo que yo suelo decir «su momento» que apenas dura desde unos segundos a pocos minutos, una distracción de un segundo le arrebató un posible oro o plata en las barras, pero el espíritu de un deportista no se puede permitir detenerse a llorar ese error, pasó al siguiente aparato sin amilanarse. Si algo admiro de este deporte es que los gimnastas entrenan horas y días, meses y años por un ridiculo «momento» en el que se lo juegan todo.
Pienso también que el incidente y consecuente lesión de una compañera mientras calentaban en salto, afectó al equipo de cierta forma, creo que el impacto incluso llegó a la barra de papas que las acompañamos; moríamos de pena que una de las nuestras tuviese que retirarse sin lograr su objetivo, un sueño que la había traído hasta otro país.
Sin saber en realidad qué estaría pensando mi hija en esos minutos, con la sola confianza que sus entrenadores y ella podrían lidiar con eso, observamos desde las gradas y deseamos lo mejor.
Bien, entonces regresamos valorando aquellas experiencias ganadas y saboreando el triunfo, pero pensando ya en la siguiente competencia que sería en Florida-EEUU.
Tratando de controlar un poco los ánimos no pasaron más de 2 o 3 días de iniciados los entrenamientos y sufrió otra parada, esta vez teníamos más tiempo a favor, aunque la lesión también era más grave, por eso el traumatólogo la paró de cualquier actividad completamente por 15 días.
¿Qué aprendimos de estos 15 días? Bueno pues, fue suficiente para definir que ella estaba desesperada por volver, que recuperarse requiere más psicología que el solo trabajo de esperar que el cuerpo cure las heridas, nos dimos cuenta que había un tema de su carácter, de cómo estaba manejando sus emociones y cómo esto repercute en su cuerpo, especialmente en sus tendones y ligamentos, demás estuvo atender su alimentación la cual estaba siendo algo deficiente y necesitaba una corrección.
Superada esta prueba, regreso supremamente motivada a entrenar, no soy su coach, pero pienso que progreso mucho al final del año.
Para nosotros es un hecho que a pesar de tener planeada cierta ruta, es la vida o Dios, como quieras llamarlo al final, quien te guía.
Muchas veces nos ha pasado que el camino que definimos o el más rápido y que trazamos con absoluta certeza que es el mejor, no es el más entretenido o no es el que estaba planeado para nosotros, pero eso sí, siempre hemos llegado donde queríamos llegar.
Esta es una de esas oportunidades donde valoramos mucho más el paisaje que el objetivo en sí.
Apenas iniciaba el año, el 3 de enero del 2019 cerca de las 19:30, mientras saltaba, toda ella muy inspirada, porque al fin estaba cerca de conseguir el salto que le ha tomado meses perfeccionar, rebotó después de un medio mortal, quitándole chance a las ágiles manos de su entrenador de atraparla, aflojó su cuerpo y se descontroló en la caída, cayó con todo el peso de su cuerpo sobre su mano izquierda.
Todos en el gimnasio reímos, pensando que el descontrolado vuelo fue apenas eso, pero al escuchar los gritos de dolor todos callaron, su coach estuvo inmediatamente sobre ella y ya pudo comprender la razón del llanto.
Mi actitud, puede parecer de shock pero en realidad siempre actúo igual, la escuchaba gritar, así que no había perdido el conocimiento, no pretendía saltar hacia ella porque esperaba que se levante; respire profundo unos cuantos segundos esperando que sus entrenadores la ayudaran a levantarse o me dijesen algo, al ser lo segundo entre por ella, mientras la inmovilizaban, la bese en la frente, recuerdo que me dijo algo pero no puedo recordar ¿Qué fue? solo sé que le respondí, «nada… al fin te van a enyesar el brazo como tanto querías»
Alex su coach, la elevó en sus brazos y se la pasó a Julio nuestro amigo e instructor demérito que siempre nos recibe con una enorme sonrisa en cada entrenamiento y quien finalmente la puso en la parte de atrás de mi automóvil, mi amiga y compañera de incontables días de entrenamiento y madre de la mejor amiga de mi hija, Rocío, me ofreció su ayuda, pero me negué. Solo cuando estaba a punto de llegar al hospital, lo cual no me tomo ni 3 minutos, conecte llamada con mi esposo.
La tomé en brazos e ingresamos a emergencias, me quedé afuera haciendo el ingreso y cuando regrese a su lado estaba en el área pediátrica, muy controlada ella, debo decir que me enorgulleció y a la vez me provocó una profunda pena, porque me recordó a mí.
Tal vez si me hubiese dado más trabajo, no sé, me habría sentido más útil, pero no, muy digna ella recordaba y practicaba una y otra vez el control a través de la respiración, algo que como psicóloga siempre lo he aplicado para superar mis propias crisis de ansiedad y les he transmitido a mis hijos cada vez que hemos estado en una situación complicada.
Pero ella era algo muy chiquito, muy pequeñita para contener tanto susto y dolor sin descontrolarse y me preguntó si no sería más saludable para ella, gritar, llorar, moverse y desesperarse como cualquier ser humano.
Al instante su papá ya estaba en escena y para entonces Giuli nuestra amiga y su entrenadora ya había llamado al traumatólogo de su confianza y puesto al tanto de la emergencia.
Pocos minutos más tarde también llegó el médico, tomaron las placas y se definió la cirugía para las 23:00 horas, necesitaría clavos y algunas semanas para sanar.
Entonces valía la pregunta: ¿Volvería hacer gimnasia? Su doctor respondió con seguridad: «Por supuesto, en tres meses estará entrenando otra vez, pero a Tampa, ya no va»
Esta es de esas negociaciones donde tienes todo que perder, y llegar a un acuerdo de esta índole es en definitiva un absoluto ¡ganar!
Pero al ver su carita, desfigurada por el dolor, podía entender, la frustración e impotencia que crecía dentro de su mente.
Hay un dato importante que hemos aprendido de tanto trajinar en diversos tipos de crisis.
Siempre hay una oportunidad de decir algo importante, para que se quede dando vuelta en la mente del otro y posteriormente le sirva para levantarse.
Nunca intentar generar una amplia conversación sobre algún pensamiento absurdo o negativo que se genere en ese momento porque solo conseguirás conflicto, algo innecesario cuando hay que apagar fuegos en orden de importancia.
Ciertamente se sentía frustrada porque su objetivo y planificación se fueron a la basura, pero era más importante hablar del temor a entrar en un quirófano.
Entonces el primer fuego a apagar, era el miedo a lo desconocido y su posible resultado.
«Cisne, Giuli envió al doctor que es de su confianza y tu pediatra nos dijo que es el mejor que te pueda operar, el traumatólogo es pediatra también y sabe muy bien lo que va hacer, opera todos los días a niños como tu»
– «Sí, pero porque me hice esto, soy una tonta, quiero mover mi brazo, no quiero operarme»
«Ok, te voy acompañar hasta el quirófano ya verás que todo sale muy bien, te pondrán una mascarita y vas a contar hacia atrás desde el número 10 y no vas a recordar en qué momento te dormiste, eso sí, puede que cuando despiertes no recuerdes muy bien porque estás ahí o que pasó, incluso puedes sentir algo de dolor, pero no te asustes, solo vuelve a cerrar los ojitos duerme un poco más y sigues haciéndolo hasta que puedas mantener tus ojitos abiertos, ¿lo entiendes?
– «Bueno, y no voy a sentir cuando me pongan los clavos»
«No amor, nadita nada, tu papá o yo estaremos a tu lado cuando ya puedas abrir tus ojitos»
No podía entonces apagar el fuego de su frustración, eso de no cumplir sus planes o el hecho de sentirse tonta por romperse un codo haciendo un salto tan simple. Lo único que podía y tenía tiempo de hacer era tratar el tema del quirófano.
A pesar de eso mientras esperamos que sea la hora de ingresar al quirófano, su mente seguía cultivando miedos y culpas.
Su padre se fue a casa con Gabriel para volver a la hora pactada y mientras tanto nuestros amigos estaban ya en la puerta de emergencias, querían entrar para darle un gran abrazo antes de operarse, Paulita, Julio, Alex y Rocío.
Finalmente accedió Alex y mi amiga Rocio.
Aproveche el momento para ir a llenar papeles, pude hablar con quienes esperaban afuera, todos estaban muy preocupados, pude sentir su apoyo y estoy segura que Cisne también.
Finalmente llegó el momento de trasladarla al quirófano y sólo entonces únicamente frente a nosotros sus padres gritó desesperadamente, intentó levantarse y salir corriendo, gritó lo tonta que fue, lo inútil que se sentía entonces y todo lo que no quería que sucediese en adelante.
Más que asustada, estaba aliviada que ella al fin pudiera liberarlo, pero tanto su padre como yo deseábamos cambiar papeles, ser nosotros los quebrados, ser nosotros quienes entraramos a un quirófano y no ella.
Deseábamos también sentarnos a llorar con ella pero es un lujo que los padres no podemos darnos, el descontrol no esta en nuestro manual.
Todo fluyó como un río, al salir de la operación salió su médico y llegó también Giuli, los dos nos brindaron alegría y regocijo a esa hora de la madrugada, las horas de sueño se tornaron cortas y para el mediodía ya estábamos descansando en casa.
Así culminamos está experiencia que una vez más nos confirma que por mucho amor que le proveemos a nuestros hijos no podemos vivir por ellos, ni tampoco podemos evitarles sufrimientos que estarán en los pasos que escojan, nada podría hacer yo convenciendo a mi hija que se aleje de la gimnasia, aludiendo que esta le provocará mucho dolor o frustración en determinados momentos de su vida.
Atrás quedó ese sentimiento que teníamos con el caso de Gabriel, su enfermedad renal y posterior trasplante, verdaderamente en ese entonces pensamos y sentimos que éramos presa de una malignidad o una suerte inauditamente perversa.
Sin embargo hoy, entendemos con la tranquilidad y la paz que da la experiencia que son nuestros caminos, las decisiones que tomamos mientras caminamos y las emociones que nos permitimos o no sentir o razonar lo que hace de nuestros días, tolerables, invivibles o felices.
Finalmente, hoy decidimos ser y estar felices, queremos cursar el camino que se nos propone; observaremos con detenimiento y apreciaremos cada aprendizaje y en ese lapso, espero que mis hijos también comprendan esto que su padre y yo humildemente hemos rescatado del sin fin de golpes que nuestras acciones o la vida misma nos ha asestado.