En un tiempo y un lugar específico una niña soñaba…
Observaba…
Y amaba…
Su mirada se perdía en aquella imagen; acciones y pensamientos giraban en torno a un ser, un hombre absorbido por una extraña vocación, tal vez con anhelos más públicos que privados.
Se dedicaba a nadar contra la corriente; desde que el mundo es mundo los zombis habidos de poder, podridos en su codicia, se valen de la profesión como un medio de enriquecimiento, pero él no, su padre no, él se había entregado al servicio.
Su madre mientras tanto abrigaba su corazón con cuentos y sueños de libertad.
Noche tras noche mientras las niñas dormían, la mujer cosía y cosía dos par de alas, bellísimas en estructura, sencillas en aspecto, pero torpes y grotescas en tamaño.
¿Qué estaría pensando?
¡Pobre mujer humilde!
Y es que hasta donde podrían llegar esas niñas.
¿Para qué entonces? Dotarlas de orgullo, darles colores con que pintar sus sueños y encima esas alas tan grandes, visibles por demás.
¿A caso no pensó? ¿Cuán delicado y absurdo se torna en estos días mostrar esas alas?
Siempre están aquellos que no toleran el ruido de su aleteo, menos el viento que produce su movimiento y es que ese polvo que revolotea a su alrededor cuando elevan el vuelo tiende a recordarles lo incapaces que son de surcar los cielos por si solos.
La majestuosidad de sus extremidades una vez en vuelo… eso les es aún más desagradable, podría decirse que aquello provoca una suerte de escozor, una urticaria producida por él veneno mortal. Se ha visto que con gran astucia este se alimenta cual si fuera un parásito de su huésped y conviven mientras se esparce entre otros ingratos como un virus, con el único fin de aumentar las filas zombis.
Son torpes, lentos, con jugadas sucias infectan y degradan hasta apagar aquellas llamas que son libres por convicción algunas y otras libres porque fueron infinitamente bendecidas con el amor de un ser rebelde e intuitivo llamado mamá.
Así creció este pequeño ser, mientras el vertiginoso correr de la realidad familiar, social, política y cultural construía fuertes y aceitados engranes en su pensar.
Una debilitada mujercilla no dejaba de coser y remendar cada noche una vez más aquellas alas.
Sabemos también que a diario intentaba arreglar sus corazones, frecuentemente fracturados o rotos por la dureza con que la vida embestía, pero siendo eso un conocimiento reservado únicamente para el maestro máximo de la vida, nada lograba hacer.
Era evidente que está humilde mujer apenas conocía de la magia que se requería para tal fin. Era tan visible aquel muñón que traía en su pecho.
Decían que tantas veces intento remendarse a si misma el corazón, que cada vez que insertaba una aguja en la débil y vascularizada capa roja, se abría un agujero aún más grande.
Se veía en cierta forma presentable, solía adornarlo con delicados y coloridos lazos perfumados de satén que apenas lograban cubrir las cicatrices o en si sostener el que en sus buenos tiempos fue un músculo tan fuerte.
Sin importar lo anterior su niña crecía… corriendo por el barrio, saltando en la escuela, riendo con amigos, siempre lejos de entender aún ¿Cómo? esta mujer tejía lo que sería la herramienta más eficaz para salvarla un día.
Muchos se preguntaban si la mujer tenía sus propias alas y o alguna vez las había extendido.
Decían que llegado un día las despedazo ella mismo, resultado nefasto de un complejo evento en su último vuelo.
Un gran siniestro sangriento se tendió en la región. Y específicamente en sus tierras, muchos como ella se opusieron fervientemente contra el yugo y la podredumbre zombi.
Fueron valientes llamas que arriesgaron todo por evitar que el veneno se extendiera devorando sus sueños, algunos perecieron en esa lucha; los que salvaron sus vidas perdieron su llama, sus alas o fueron exiliados esperando que fuesen olvidados.
Una vez los zombis se impusieron le arrebataron todo…
Las calles por las que caminó, el aire que un millón de veces hinchó sus pulmones al correr por el parque, la brisa que acarició tantas veces sus mejillas en los veranos de playa, el paisaje y horizonte que grabó en su sistema desde el día en que nació.
Todo…
Y en ello se fue también la madre que la acunó, el padre que enfermó esperándola y finalmente murió.
Separo los caminos de sus hermanas y alejó de raíz todo cuanto ella amó.
Por eso dicen que las rompió, decidió no volar más; un esposo y dos hijas fueron pretexto para anclar su llama en ese lugar específico y no mirar atrás.
Poco tiempo después de dar la puntada final en las gigantes alas, un aviso le fue revelado.
– “Te has atrevido a desobedecer mi voluntad, llevarme la contra solo te acerco más a tu final, creí que nunca llegaría este día, debo admitir, tuviste las agallas de negarme, pero siempre fui más fuerte que tú y ahora, finalmente disfrutare apagarte, tan fácil como lo hace un humano cualquiera al pellizcar una débil mecha de vela…
¡Qué pena! esas niñas…todos recordamos aquel día. El final anunciado aquel día.
Más nunca en ese entonces supimos si se la llevó aquel infame veneno o su débil y ya cansado muñón de corazón.
En fin su historia muerta y enterrada pensamos que ahí quedó.
Los zombis hacían fiesta y las niñas invadidas por el dolor no lucharon, no gritaron ni se opusieron a recibir veneno.
Todos decían haber amado a su madre y los que fingían las abrazaban y su veneno inyectaban.
Un puesto, una imagen y un gesto le fueron heredados.
Trabajo, carrera, casa y familia debían ser, debían agradecer, debían conservar.
Pero nada lograba alejar el dolor y la infelicidad que la perdida producía.
Aquella sencilla mujer seguía rondando en su cabeza, así los demás lo querían, así ella lo hacía.
Víctima de su propio veneno la niña se rompía y se rompía, si bien los zombis trabajaron con excelencia, ella olvido su historia y su raíz, las alas y la llama que un día su madre con tanto ahínco alimentó sin descanso.
Pensó entonces “te dejo ir”
Pero pronto reiteró, “no lo quiero aún”
“Mejor iré tras ella” pensó.
Así la niña descubrió un calor insólito en sus pies y a pesar de utilizar sus alas, aun las llamas de las que su madre hablaba no se presentaban.
La niña seguía perdida, oscurecida aun sin vida, dolorida por la vida, desgastada pero no rendida.
Trabajó y trabajó muy duro trabajó, no en el mundo zombi no, si no en su mundo propio trabajó, aquel por el que su madre había transitado, pero viva no salió.
Así que un reto se planteó “Brillaré y arderé mis alas mostraré, mi vuelo emprenderé y siempre viva yo estaré”
Sin darnos cuenta en un momento sus largas alas desplegaba, la insipiente llama en su interior reventaba, lenguas de fuego la devoraban.
Solo entonces desplegó orgullosa aquellas gigantescas alas y el vuelo elevó, donde quiera se movió, los cielos uno tras otro surcó, la magia funcionó y al fin su corazón sanó.
En aquel tiempo y lugar específico una niña sanaba…
Una mujer soñaba…
Un ser humano se amaba.