Los viajes no siempre inician a voluntad, el trayecto y las paradas a veces tampoco pueden ser escogidas por el viajante, muchas veces la demanda y la logística tienden a ser diferentes a nuestros deseos, es más, a veces simplemente no deseamos viajar, no nos apetece dejar la comodidad que logramos o a la que llegamos en un momento dado de nuestras vidas.
Y es que antes de nada, hay que tomar en cuenta una cosa; existe una especie de norma o ley si así lo quieren llamar, tanto en las relaciones humanas como en el universo y es que esto, todo en general está en constante cambio y evolución.
Esta ley debería ser un tema para la educación formal tanto como la que mostramos en nuestros hogares, así, evitaríamos seres humanos inconscientes del hecho y sufridores por naturaleza, personas fabricadas para dar por hecho todo y tendientes a conservar y permanecer en un estado determinado solo aumenta sociedades: conformistas, mediocres y sobre todo sufrientes, necesitadas de que alguien más las ayude a conservar los pequeños espacios o estados de comodidad.
Lógicamente que el no ser consiente de esta regla fundamental en el juego, nos quita el poder de crear e imaginar: nuevos caminos, nuevas ideas y posibilidades surgen del pensamiento destrabado, de aquel que abrió el candado o simplemente del que giro la chapa para abrir la puerta.
Casi siempre nos encontramos pensado en una posibilidad alterna y la respuesta ha estado ahí, ni siquiera estaba encerrada bajo llave, simplemente no giramos la manija.
Bien que al abrirlo no solo encontramos una respuesta, una nueva idea o una nueva posibilidad, encontramos las que queramos, casi siempre las posibilidades están ahí, a veces son loquísimas, pero funcionan, falta ver si no nos saboteamos y empezamos a ponerle un pero a todo o nos asalta doña desconfianza porque entonces no importa cuantas innovaciones logremos divisar, solo daremos media vuelta y cerraremos la puerta a nuestras espaldas, hiper ventilados de ver todo lo que podría esperarnos.
Retomando entonces el tema de los viajes, decía que me he impuesto o me han impuesto un viaje y entonces puedo hacer algunas cosas durante el camino; una sería hacer un puchero gigante, apretar los puños, refunfuñar eternamente esperando que de algún modo u otro y sea lo más pronto posible tal evento se acabe de una vez.
En tanto lloraré, chillaré, golpearé cosas, insultare y mientras tanto me acabaré a mi mismo por dentro, esta conducta en un plano de constancia solo terminará afectando mi salud y la de quienes me rodean, nos agotará, nos deprimirá, remitirá nuestra confianza y así nuestra creatividad y con ello nuestra capacidad de soñar con algo diferente, indefectiblemente terminaremos arribando al punto menos deseado, al que desde un principio no queríamos ir, y definitivamente llegaremos acabados, imposibilitados de encontrar algo bueno en aquel destino.
Por otro lado del cristal, podría tomarlo con relativa calma y sumisión, asumiendo que en algún momento este viaje acabará, para bien o para mal y antes que lastimarme y lastimar a los demás puedo tomar largas siestas, pensar en otras cosas para evitar pensar que llegaré a un lugar que no me gusta, finalmente la mayoría de los peces nadan con la corriente ¿cierto?
Un ejemplo de personas que acostumbran tomar los viajes de esta manera y lastimosamente en mi viaje y en el de otras personas he debido escucharles decir una frase o sus variaciones, que se convierten en una sentencia para el agotado viajante y que me llega a producir escalofríos, porque suena al peso de la tierra húmeda y negra que echamos sobre las cajas de los muertos y pueden sonar a algo como esto: “Así lo quiso Dios” “No será mejor que las cosas pasen como Dios quiere” “No será que Dios así lo quiere” “Que se haga la voluntad de Dios” “Es la voluntad de Dios» «Es mejor aceptar las cosas como vienen»…
En el contexto de un viaje no planeado, cada vez que repiten eso parece que están enterrándote y si agachas la cabeza aceptándolo, entonces sí, todo acabo, todo tomó un tinte trágico y final, si vas a escuchar y elegir ese camino no critiques o te asombres de personas que toman la decisión de quitarse activamente la vida, porque estas haciendo lo mismo solo que acompañado de la cobardía de la sumisión y la inactividad.
Muchas veces las personas se llenan la boca de Dios y eso incluye a personas que dicen dedicar su vida a “conocer a Dios” y la verdad aun les faltan viajes y experiencias para encontrarlo, con esto no quiero decir que quienes hayamos pasado por situaciones difíciles lo conozcamos, podríamos estar más lejos aún, pero definitivamente situaciones así cambian algo en ti, despiertan cierto conocimiento y sensibilidad al que antes por mucho que lo intentases no hubieses accedido.
Puede que por alguna razón dejes de tener a Dios en la boca, en las simbologías y los rituales y empieces a sentirlo en cada pequeño acto de la vida, en cada cabello que ostentas y cada gracias que das, esos gracias y el Dios te bendiga nace en tu alma, crece desde tu abdomen y pasa por tu corazón alimenta tu cerebro y entonces sí sale por tu boca.
Para los demás, puede ser el mismo gracias que diste siempre, pero para tí en un gracias espiritual y conectado con el máximo.
Con absoluta certeza hoy puedo describir como el amor de Dios ha estado en mi vida constantemente, literalmente estoy escribiendo una serie de experiencias donde he tenido conflictos serios de creencias y valores impuestos por los demás, y lo único cierto que podría aportar hoy sobre este tema es que Dios no quiere y no trabaja constantemente echando maldiciones, desgracias y enfermedades con el fin de que te acerques a él.
Su amor no depende de cuanta misa escuches y cuando repitas su nombre para enterrar a otros, su relación contigo es única, individual.
Sin embargo, aunque antes para mí era fácil juzgar a los demás por como actuaban sin ver lo que yo mismo hacía, la tolerancia hoy se vuelve cada vez un ejercicio más fácil y no quiere decir que te conviertes en un santo, solo empiezas a disfrutar cosas que realmente antes no le dabas importancia, con mayor impulsividad te aventuras a dejar ir lo que antes te hacía completamente infeliz, pero era parte del culto y la imagen que se te había impuesto para sentirte parte o aceptado en una familia o la misma sociedad.
Por el mes de junio del 2014 si no me equivoco, en mi afán de buscar alguna cura para mi hijo e inclinándome hacia el lado espiritual, me habían recomendado algunos lugares donde curas o religiosos imponían sus manos para sanar, sinceramente no lo creía, pensaba que si Dios es capaz de sanarnos porque no lo hacia cuando yo imponía mis manos sobre mi hijo, cuando de rodillas rezábamos y rogábamos piedad hacia nuestro hijo.
Pero para entonces cualquier cosa que me dijeran ya la había probado: ayurveda, homeopatía, algo con radiología, limpias, acupuntura, picadas de abeja, sueros, flores de bach, etc…
Finalmente entré al buscador esperando encontrar los horarios y la dirección del lugar que me habían recomendado, no salto esa información si no la de una Iglesia de la Natividad en Rosario-Argentina, ahí sanaba un padre llamado Ignacio Peries.
Otra vez surgieron voces de:
¿Pero porqué tienes que ir tan lejos en busca de fe? Aquí también hay de esos curitas.
Yo solo entendía una cosa y era que Dios mil veces y en distintas oportunidades de mi vida me dió claras señales de lo que sería mejor para mí, algunas le hice caso, otras hice lo que yo quería y tampoco es que cada vez que evité una señal me fue mal, solo sé que siempre hay una señal intermitente frente a tí.
Había un procedimiento a seguir. Debía escribir los datos de Gabriel y la razón que nos llevaba hasta el padre Ignacio para que te asignen un turno con el día y la hora que debías presentarte. Este turno llegaba a ser posterior a tres meses en el mejor de los casos, incluso seis meses en el peor.
Y no me importaba, estaba segura que al menos tendríamos tiempo para llegar a aquella cita tal como entonces pensaba «si Dios así lo quería»
Mi sorpresa fue encontrar unos días después un mail de respuesta proveniente de la parroquia que nos acortaba el esperado turno apenas a unas tres semanas para llegar hasta ahí.
Entonces comprendí que la señal era ¡cierta! Pedí, actúe y se me dio.
No tardé nada en reventar las tarjetas con los pasajes para los cuatro y los dos hoteles que solo nos proveían el desayuno.
Sin mentirles viajamos con cerca de $150 o $200 en el bolsillo, más una tarjeta que aún podía pasar por unos $50.
Créanme que con un firme propósito esa cantidad es oro.
No nos atrevíamos a llevar a Gabriel a casa de otras personas dentro de la misma ciudad, mucho menos volar hasta el sur de América, a un hotel y sin un centavo extra, para llegar a una parroquia lejana al centro de Rosario y totalmente desconocida.
Para entonces yo trabajaba desde hace unos pocos meses en una institución pública y tanto mi supervisora como mis compañeras fueron geniales con respecto a los permisos para viajar de igual forma lo fue para Julio en su trabajo.
Pues bien, el viaje fue muy muy cansado, por un lado el tiempo de viaje de 8 horas; lo máximo que habían estado dentro de un avión era lo que se tarda desde Quito a Loja y eso es cerca de una hora nada más.
Mi hija pedía atención hasta que Gabriel la solicitaba con presteza, porque tenía náuseas o quería vomitar, los dos viajaban con mascarillas porque el aire acondicionado del avión siempre los ponía muy mal.
Cómo era de esperar al momento que sacaron la cena, las náuseas aumentaron, solicité una y otra vez que me ayudasen con una funda para vómito, lo cual nunca llegó y pasó lo inevitable, ahora creo que definitivamente no tenían bolsitas, incluso nadie se molesto si quiera en ayudarnos con la limpieza o preguntar si el niño estaba bien de salud, es de esas cosas inauditas que uno no sabe porque pasan y claro que al llegar al país podíamos haber presentado una queja en la aereolinea ya que incluso es de este país, pero entre tantas cosas que teníamos encima eso era perder el tiempo .
Mi educación no me permitía dejar el vómito de mi hijo por todos lados, así que nos esforzamos por lavar lo mejor posible el piso y los asientos a golpe de pañuelitos a húmedos, finalmente encontré en el fondo de la cartera alguna especie de bolsa donde puse todos los pañuelos sucios, irónicamente al final de limpiar lo mejor que pudimos, quedó libre también la bolsa de los pañuelos y esta también soportó el siguiente vomito y con suerte el siguiente, si se preguntan si llego alguna bolsa de parte de la aereo línea, no no llegó, claro cuando ya casi aterrizamos después de 8 horas creo que alguien se comidió en facilitarnos una.
Llegamos a eso de las 12 a.m al hotel de Buenos Aires y todos moríamos de hambre, es obvio que con los antecedentes nadie había comido en cerca de 10 horas, en la mesa del hotel había el teléfono de una pizzeria, aunque Gabo estaba muy débil desde la cama exigía que compremos una familiar al menos porque tenía muchísima hambre, por un lado eso nos alegró porque para entonces nos encontrábamos con lo que llamábamos días grises, esos eran días que sencillamente no se le daba comer, pasaba decaído y sin energía.
Con miedo de como pagarla empezando a gastar lo poco que llevamos en efectivo, la pedimos, para cuando llegó el delivery mis hijos estaban casi dormidos, Gabo se levanto con entusiasmo y le dio apenas dos mordiscos a un pedazo de una pizza gigante y rellenita de queso, estaba deliciosa, puedo incluso recordar su olor, sin embargo ya todos cansados la dejamos tal cual sobre la mesa.
No sé si esa pizza entra entre los tantos actos impulsivos que no sirvieron de mucho, pero en mi recuerdo queda un hecho y es que no importa cuan agotados estemos y que como adultos pudiésemos simplemente dormir, nuestro chip en ese entonces era satisfacer las necesidades de los niños primero, sin dejar de movernos o actuar. Mi hijo estaba muriendo de cualquier modo, entonces porque no hacer cuanto pudiese en todos los sentidos.
Recuerdo que ese fue el último viaje que hicimos con sobre carga, para entonces Cisne seguía tomando unos tarros de formula que no eran leche por su alergia a la proteína de leche, pero siempre preocupados que no deje de consumirla cedimos en que siguiera tomándola en unas especie de toma-todo para niños pequeños, entonces siempre llevábamos con nosotros, el termo de agua caliente, los tarros de leche, un tarrito medidor y el toma todo.
Por su puesto que hoy me digo a mi misma: ¡Que ganas de complicarse la vida! Pero así pasó.
Mientras los niños dormían, yo tampoco soporté y caí rendida, en tanto Julio no podía hacerlo hasta lograr comprar los pasajes de transporte terrestre hasta Rosario vía web, para cuando desperté el había cumplido su deber y debíamos abordar ese mismo día. Otra vez recogerlo todo más un desayuno ligero y al terminal, por la premura de la compra de los pasajes nos toco los asientos de atrás, que se encontraban junto a una maquina de jugo que alguna vez funcionaron pero quedó para ser nido de unos pequeños mosquitos más un feo olor, claro a pesar de que los niños al principio temían los mosquitos, la comodidad de los asientos, lo recto del camino y lo cansados que seguían los obligo a dormir.
Llegando a Rosario y específicamente al hotel, respiramos profundamente porque estábamos ya más cerca de nuestro objetivo, creo que en este viaje es cuando aprendimos a usar prácticamente para todo el internet, pedíamos taxis, comida, comprábamos pasajes, nos ubicábamos en las ciudades etc.
Dormimos bastante tranquilos, al siguiente día prácticamente de madrugada abordamos un taxi que nos llevo hasta la parroquia de la Natividad, para entonces ya había una cola inmensa de gente alrededor de la Iglesia, las personas llevaban tarros de agua vacíos para recolectar agua y hacerla bendecir, Gabriel y yo necesitábamos constantemente baños, por las medicinas para la presión y o los diuréticos generalmente necesitábamos hacer pipi y eso escaseaba en lugares como este, nuestros estómagos debido a la ansiedad también molestaban, y mi chiquita era eso, una nena que necesitaba también de vez en cuando un baño.
Muchas veces tuvimos que pagar por un baño y a pesar de eso tolerar baños no tan higiénicos por así decirlo, pero finalmente estábamos ahí, donde creíamos firmemente que encontraríamos la cura para nuestro hijo y es que a veces, la mayoría del tiempo tienes que creer, no importa cuan incrédulo seas siempre en esos momentos debes mantener ese tipo actitud.
Cuando por fin pudimos internarnos entre la multitud, tenían una lista y en ella el nombre de Gabriel y el mio, Cisne y Julio debían entrar con el millón de gente que esperaba fuera.
Pasamos a la segunda fila de bancas de la iglesia y nos dijeron que al terminar la misa uno por uno desfilaríamos frente al padre Ignacio. Gabriel estaba cansado y muchas veces no entendía porque su mamá no dejaba de llorar, fue una misa muy emotiva, en la que hablaba precisamente de la fe y la necesidad de creer que puedes recuperarte de cualquier cosa porque esa es la voluntad de Dios y no lo contrario.
Mi esposo e hija nos miraban desde muy atrás en la multitud y también podía divisar como Julio se limpiaba una y otra vez sus lágrimas. Cuando al fin llegó nuestro momento, puse a Gabriel por delante para que impusiera sus manos sobre él y lo abrazo muy fuerte como si le sacara la tensión de su espalda, y sin soltarlo me dijo:
– Miedos… ¿Dime que tiene?
Yo respondí muy firme y ecuánime, bastante sobre controlada:
– Tiene una enfermedad renal, glomerulonefritis y nada funciona, ahora tiene insuficiencia renal, parece que necesitará un trasplante.
Entonces el bendijo unas medallitas y se las paso por sus riñones, su pecho, abdomen y cabeza, despejo su frente, lo vio a los ojos y lo volvió abrazar, mientras tanto sus asistentes, tomaban nota como si escribieran una receta de lo que me decía a mí.
– A él no le hace bien que sus pies desvestidos toquen el piso o la tierra, no le permitas andar sin medias. Vas a llevarte la tierra y el agua que te den aquí y la vas mezclar y se la colocas en el vientre y la espalda por los riñones, frotarás en él la medallita siempre, pero debes hacerlo tú, cuando más tranquila estés y orando.
En mi interior decía:
– Ok… No es un clarlatán!, Jimena viniste hasta aquí por este hombre, guárdate un poco de fe, repite: no es un charlatán.
Por su puesto Julio me observaba con atención, seguro me leía, él ya sabe que cosas como estas a mi me causan absoluta desconfianza, en mi formación como psicóloga, cuando hablas del tema de la sugestión precisamente abordas estos temas, es más algunas veces tuve yo que sugestionar a mis pacientes, así que me costó un mundo ocupar yo la posición de sugestionada.
Lo aflojo un poco y me miro fijamente:
– Él va a estar muy bien, tranquila que tendrá una larga vida, esto del riñón se curará, no como tu crees ahora pero lo hará.
¡Listo! Señores vamos pa la casa, esto es todo lo que vine a escuchar y no es más, vine por mi dosis de sugestión y de regreso igual… Pensaba yo, creo que casi en voz alta o mi lenguaje para verbal (corporal) se leía a kilómetros, que cuando estaba dispuesta a tomar al niño de la mano para bajar del altar, estiro sus brazos y me dijo:
– ¡Ven!
Estaba confundida, pues para cada abrazo e imposición de manos que daba, tenías un turno y una cita, yo no estaba en ese turno era solo el de mi hijo, miré hacia atrás y a los lados dudando si era conmigo, entonces me dio un tirón de la muñeca acercándome a él y me abrazo.
Era de esos apapachos que pocas personas en esta vida pueden darte, para empezar fue eterno, tibio, creo que pretendía sacarme el demonio que siempre traigo dentro porque no tuve oportunidad alguna de respirar, ni si quiera pensaba en nada, casi al final de esa eternidad me dijo al oído.
– Dios ya te perdonó, y él esta muy bien a su lado, perdónate a ti mismo, disfruta de tu hijo en la tierra que por lo otro ya todo esta perdonado.
Entonces sentí que me desmayaba, un peso enorme que traía sobre mi cuerpo me dejaba mientras este hombre me estrujaba como si no tuviese huesos, eran como hormigas que caían como lo hace la lluvia desde mi cabeza hasta mis pies y se perdían, inmediato solté en un llanto catártico y él padre me decía.
– Vé y sé feliz, deja todo atrás y sé feliz. Has tu lo mismo que envíe para tu hijo, todo va a salir bien.
Tomé a mi hijo de la mano, limpiando mis escandalosas lágrimas de las mejillas y con las piernas hecho un alfeñique y temblorosas hasta llegar nuevamente a nuestro puesto en la segunda banca.
No les puedo contar si comulgue o no, generalmente no lo hago, pero sencillamente no recuerdo más del ritual, si no hasta el momento que en la puerta nos reencontramos con Julio y la pequeña.
Llevamos lo que nos dijeron, una botella de agua y una funda de tierra que proveían ahí mismo, calculamos si nos alcanzaba para comprar un libro que escribió el padre Ignacio, y el porque de llevarme un libro que en sí no era caro pero tampoco es que nos sobraba el dinero para esos lujos y es que deseaba conocer un poco más del hombre que me había desarmado y vuelto a construir en un abrazo.
Esa tarde paseamos por el Parque de la Independencia, y recién recordamos que habíamos llevado unos pequeños presentes desde ecuador para el padre, posteriormente una amable muchacha que nos atendió en la recepción del hotel se encargó de llevarlos hasta la parroquia un día después.
Así que nuestra última tarde y noche por Rosario recorrimos el barrio, ladrando de hambre, pero ya no podíamos gastar más efectivo, además los restaurantes se veían lujosos y no nos atrevíamos a parar en ellos, por último mi esposo me dice:
– Estoy seguro que esta tarjeta nos va a sobregirar por estar en el extranjero, entremos, comamos y si no pasa, pagamos con el efectivo que nos queda y después intentamos sacar un avance.
Pues entramos, inmediatamente nos atendieron, los niños pidieron pizza, una vez más pensando que era pequeña termino siendo gigantesta y nosotros dijimos:
– No podemos irnos de Argentina sin probar su parrilla, así que los dos comeremos una individual, la verdad es que esa parrillada podrían haberla comido cinco personas y hubiesen quedado demasiado satisfechos, de hecho nos fuimos con un sentimiento de culpa gigante, salíamos muy temprano en la mañana y no podíamos llevar los restos al hotel.
Finalmente la tarjeta pasó y en Buenos Aires volvió a pasar un par de veces, sin saber que precisamente por esos días el cupo de la tarjeta había aumentado, no nos había llegado la notificación del aumento de cupo y nosotros ya lo habíamos gastado. Cosas como esta nos sucedieron una y otra vez en nuestro trayecto, muchas veces nos vimos en necesidades supremas pero siempre de algún lado llegaba una tabla que nos mantenía a flote.
De regreso a la capital nos sentíamos, más ligeros, algo había cambiado nuestra forma de ver el futuro, nos sentíamos más seguros de arriesgar, más lanzados, así que tomados de la mano, caminando mucho, recorrimos el Zoológico, Caminito, la Bombonera, Puerto Madero y en las calles una que otra fotito con Mafalda y Gardel, incluso recuerdo que meses atrás las únicas botas que tenía se dañaron en una inesperada inundación que afecto mi barrio, cuando viaje no me percaté que necesitaría zapatos cerrados, apenas llevé unas flats o zapatos de muñeca y me re-contra moría de frió, así que preguntando y en una de las primeras paradas del city tour encontré una zapatería, enfoque unas botas sencillas, funcionales y muy bonitas que otra vez pagó la tarjeta y seguimos recorriendo la ciudad, esas botas duraron cinco años, sin darles tregua, en ese caso el gasto valió totalmente la pena.
Bueno… el regreso fue algo similar al arribo, pero en este caso la que vomito fue Cisne, por suerte traía la bolsa que me dieron al final del viaje de ida, y procure guardar otras tantas que recolecte pensando en la facilidad con que nos ocurría.
Cuando llegamos a casa, abrimos la puerta y todo seguía igual, se nos hacia incluso más sombría la luz que atravesaba las ventanas, los niños estaban agotados, el Gabo bastante más deteriorado que antes del viaje y la verdad no llegamos curados, pienso que la tierrita y el agua que logramos hábilmente pasar por la aduana no tubo mayor efecto en nuestra salud, esto paso a ser uno de los tantos tratamientos que le hicimos al enano en el afán de buscar una mejoría para él.
Pero esperen, ahí al final del túnel, brillaba una luz, ideas loquísimas quedaron girando a nuestro al rededor, el Julio que partió con más dudas y miedos volvió más seguro y arriesgado, sufriente por las deudas adquiridas, pero sin miedo a contraer más.
La Jimena que se fue, no era la misma que regreso, ese duro peso de la culpa que sentí al no luchar por la vida de mi primer bebé, por temer más mi muerte que la de un bebé que confiaba totalmente en que yo su madre fuera su voz y su aliento, estoy segura que Julio César mi primogénito no esta aquí porque priorice mis temores entre ellos el de morir, antes que darle alas a la locura de creer que contra todo diagnóstico o decreto hay esperanza, por falta de fe y no hablo solo de la fe en Dios o en el universo, flaquee y dude mil veces de mí, me sentí una victima de las circunstancias, no luche y lo perdí, lo deje ir.
Muchos me dijeron, que la los veinte y dos años uno es muy joven y comete este tipo de errores, que tanto mi esposo como yo eramos unos críos para decidir entre mi vida y la de mi hijo, que la decisión fue correcta, que las cosas pasan por algo y etc, etc, pero ustedes ya saben como pienso sobre aquello.
Todo eso quedo atrás, como dijo el Padre Ignacio, deje eso atrás y empece a disfrutar de mis hijos los que aun tenía con vida, así que me arme del valor que siempre me falto, y me dije a mi misma:
– ¡No Señor¡ Gabriel se queda conmigo, porque esa es tu voluntad, ningún padre quiere dolor sin igual para sus hijos, ni se pone primero en sus deseos antes que el bienestar de sus hijos, y mi hijo es un regalo que tu mismo enviaste cuando sufría por una maternidad rota e inconclusa. Esta vez te exijo Señor de todo o universo, que mi hijo sane y viva muchísimo para ser quien deba ser y disfrute de lo mejor que la vida pueda ofrecer.
En cuanto a mí también tome una decisión. Mi mayor temor había sido morir, por ese temor no había podido dar y mantener con vida a mi primer bebé.
Ese evento me marco de tal forma que generé una enfermedad auto inmune en mis riñones porque finamente no lo superé y terminé muriendo lentamente de dolor y culpa.
Sin haber superado, ni siquiera explorado aquella pérdida, traje al mundo dos bebés que sintieron cada hora desde que fueron engendrados mi miedo a morir o que ellos murieran, absorbieron todo de mí, el primero, el más sensible sin ser consciente aún de la carga que llevaba enfermo, inclusive más grave aun que su madre.
Nada científico o comprobado dirán, pero para mi se convirtió en un «awareness» o conciencia total, absoluta, un término que se utiliza en la psicoterapia cuando un paciente, por fin consigue o llega a esta conciencia sobre un tema específico y su percepción sobre ello cambia, evoluciona o se amplia totalmente, dándole un sentimiento y una percepción de que por fin encontró la respuesta a su problema.
¿Qué se yo?, otros dirán «Eureka» yo le digo «awareness»
El hecho es que mis pensamientos, mis decisiones y mi actitud permanente de víctima nos habían llevado hasta este momento, por ello me correspondía a mi misma entonces revertir lo que aún pudiera y trabajar con lo que no podía cambiar, sin dejar de orar o ponerle energía positiva a aquello que hice y ya no estaba en mis manos revertir o cambiar porque ya estaba en otro ser humano.
Desde ahí no tome más corticoides, ni remedios para la presión, lo deje todo, porque tenía la seguridad absoluta que yo estaría bien porque concientice mis miedos, los estaba enfrentando y eso cambiaría no solo mi actuar si no también cada célula en mi interior.
Para los demás tuve que utilizar la excusa de «no puedo hacerme cargo de las medicinas de mi hijo y las mías al mismo tiempo» también decía ya me trataré, lógicamente no estaba lejos de la realidad, así era también pero no era lo que yo quería, debía volver a mí la Jimena rebelde, intuitiva y decidida que fui de niña y adolescente, esa que tanto lucharon por apagar y que yo permití me convencieran que debía calmar.
Sorprendente mente, cada vez que mi esposo me exigía y exige hacerme exámenes estos salen bien, aun se refleja cierta cantidad de proteinuria en la orina, a veces no sale ninguna proteinuria y la función renal hasta se recuperó.
Una vez más lo digo, no es científico, no esta avalado por ningún médico, es una mera percepción mía en la que yo me siento mejor y así lo creo. Es más, el concientizar algún tema es solo el principio de un sin fin de cambios y evoluciones que nacen a partir de ahí.
Ahora si me dicen ¿Por qué no haces que tu hijo deje de consumir esas mismas pastillas? no podría hacerlo.
Hay que estar claro, él es otro ser humano completamente distinto. Parte de mi cura fue descubrir, explorar, sentir mis miedos y enfrentarlos.
Aquel momento en que mi hijo y yo estuvimos ultra conectados a través de mi vientre y su niñez temprana, ya pasó y en ese entonces yo no era consciente aún de lo que hoy soy.

De tal manera, él es ahora un individuo, el viaje que heredó desde mí y su camino son de él y tal como lo plantee en un principio el decide sobre su viaje y como terminará también dependerá de él.
Lo que yo si puedo hacer ahora como su madre y sobre todo como una madre consciente de su época obscurantista (que es algo mucho más útil para él que solo la madre que era antes) es acompañarlo, guiarlo, darle un aventón cuando lo necesite o a traerlo hacia mis descubrimientos cuando lo vea perdido.
La verdad que no es un camino fácil para él ni para mí, es solo un camino, la actitud y la genialidad con la que lo transitemos, eso sí marcará la diferencia.