El fin de una vida alumbra la llegada de otra.

Teníamos la satisfacción de haberlo dejado todo en la cancha, habíamos llegado más lejos de lo que nunca hubiésemos imaginado, lo habíamos hecho más despiertos y conscientes de lo que estábamos antes de este proceso.

Este aprendizaje de que: lo que nos sucede en la vida no es obra de una malignidad o una suerte pavorosa, si no, de nuestra propia voluntad nos había abierto una infinidad de puertas y posibilidades que antes hubiesen sido imposibles de pensar.

Muchos ya lo han dicho, no existe lo imposible, lo inalcanzable requiere un poco más de esfuerzo, nada más.

Y no es tan simple como suena, hay que escarbar mucho en nuestro interior, hay que remover las llagas, desinfectarlas, limpiarlas una y otra vez hasta que poco a poco sequen.

A nosotros nos costó quizás ocho años darnos cuenta de esto, aunque los problemas personales se arrastraban desde mucho antes, es decir, tenemos claro que nuestro viaje no empezó con la enfermedad de Gabo.

Suena estúpido y salvaje decir que la enfermedad es una oportunidad para reflexionar y evolucionar, una oportunidad para crecer, pero en mi caso lo fue.

No sé qué hubiese pasado si en una realidad alterna yo no fuese tan reflexiva sobre la conducta humana, si no hubiese estudiado psicología, si mi esposo no fuera el hombre íntegro que es y fuese un hombre celoso de mi saber y aparente seguridad en mí misma, no lo sé.

Solo les puedo decir que, llegados a este punto de la operación de Gabriel, Yo ya no era Yo, me llamaba Jimena, tenía el mismo cuerpo regordete de siempre, pero no era la misma.

De pronto venía viajado desde otra dimensión, donde muchas cosas sobre mi niñez, adolescencia y adultez no cuadraban con la que era hoy.

Aquellas cosas que antes me afectaban hoy eran bastante más tolerables que antes y las cosas de la vida se pintaban con matices de todos los colores, no como había aprendido a verlo.

Si no existe el termino, entonces debería atribuírmelo, pero pienso que yo sufría de acromatopsia psicológica (acromatopsia es la afectación más extrema que sigue al daltonismo y la persona puede solo ver en gris, es decir diferencia los matices entre el blanco y el negro pero ningún otro color) sentía que mágicamente, día a día ésta afectación se curaba, algo había empezado a cambiar.

Hoy dudo sobre mi pasado, no estoy esquizofrénica o algo parecido, supongo que esto es más parecido a lo que sienten las mariposas una vez rompen la crisálida y extienden sus alas.

El lepidóptero parece ser frágil y admito que hay momentos que me siento así, tan delicada que si algo me llegase a tocar me desarmaría o si un viento soplase en mi contra estaría destruida.

Es entonces cuando siento la misma fuerza que utilicé para romper el capullo, un fuego superior a mis temores me inunda, arrasa mis sentidos y calla mis temores, al fin me siento capaz de consolarme y darme ánimo a mí misma.

Ese fuego no es Dios y es Dios, ese fuego soy yo y no soy yo, ese fuego es el todo y el todo es Dios, todos podemos convertirnos en pequeños dioses capaces de conducir nuestras vidas.

Considerando que eres un dios con libre albedrío para armarse y desarmarse a voluntad, estoy segura entonces que éste es un poder que el Todo o Dios nos asignó, está en uno tomarlo o no.

Era 12 de marzo del 2015, la familia y Julio se fueron a dormir.

Yo me quedé con Gabriel en terapia intensiva, la cirugía para implantar el catéter sería entrada la noche y saldría de ella por la madrugada.

Mi pequeño estaba muy nervioso, tenía muchos miedos y cada vez que lograba articular alguno me sentía frente a un espejo, verlo a él era verme a mí misma cargando una serie de temores para vivir.

¡Gabriel! Todo va a estar bien, no vas a sentir nada sobre cómo te ponen el catéter, ya te han operado antes, tú sabes que no va a pasar nada.

Se lo dije casi gritándole porque no quería escuchar nada, ni a nadie.

Mami, es que tu no entiendes y si no me despierto, si durante la operación me muero y ya no te puedo ver más, a mi hermanita o a mi papito.

Me desarme.

Tarde unos cuantos segundos en reunir los pedazos de mí.

Poner un catéter en la vena del cuello tiene un alto riesgo, yo misma recuerdo mi año de prácticas en el área de nefrología, fui a visitar a mi paciente en su cama a primera hora de la mañana, no estaba, cuando pregunté por él, entre el secretismo habitual de esos pasillos viejos y poco iluminados, me enteré de boca de su nefrólogo que no sobrevivió a la cirugía para insertar el catéter venoso central.

Se imaginan, un solo milímetro fuera del lugar, una diferencia anatómica que no esté prevista. Les digo que en ocasiones como esta saber algo incompleto como lo que yo sabía juega en contra de tu estabilidad.

¡Carajo Gabriel! Vas a entrar a ese quirófano te vas a dormir pensando en que debes despertar, si entras pensando en irte te vas a ir, vas a ver mi cara antes de cerrar tus ojos y vas a desear con todas tus fuerzas despertar cuando te llame ¡Entendiste!

Entonces si le grité y lo remecí un poquito, no sabía si estaba enojada o vuelta un alfeñique de miedo.

Lo prepararon y llegó su cirujana, una mujer de mediana edad quizás de entre 30 a 40 años, pero de apariencia muy juvenil y un chiquillo que cargaba su mochila como un colegial apoyando sus manos en las haladeras mientras se paraba de puntillas, él era el anestesista.

Por suerte llego la doctora Pinto tras ellos, porque entonces si me surgieron un sin fin de preguntas más, entre ellas la más importante que fueron varias en realidad ¿Estos jóvenes saben lo que hacen? ¿Han operado niños? ¿Han puesto un catéter alguna vez en su vida?

Ella sonrió, puso su mano apretando mi hombro y respondió:

Todo sí Jimena, son muy buenos en lo que hacen, tranquila que todo estará bien.

Respiré aliviada frente a ella, pero igual aumenté la dosis de oraciones dentro de mi cabeza.

La camilla recorría los pasillos y yo tomaba su manito con la mía.

Cuando lo pusieron sobre la mesa de operaciones, el joven anestesista me informó que primero lo dormirían y después le harían todos los pinchazos necesarios para operarlo, así los niños no sufren tantos dolores antes.

Entonces mamita, despídase ya, él está en buenas manos. Me dijo el anestesiólogo mientras preparaba cosas atrás de nosotros.

Acaricié su carita, lo besé y junté su mejilla a la mía, cuando me aleje un poquito él no quería soltarme y repetía:

No mami, no, por favor no te vayas, ya no quiero que me operen, por favor.

Tuve que sacar valor de donde no tenía, tome muy fuerte sus muñecas y lo miré fijamente.

¡Vas a estar bien! Cuando despiertes estaré ahí y ¡Vas a despertar cuando te llame entendiste! Que Dios te bendiga hijo mío.

Poco a poco note que ya no necesitaba hacer fuerza para controlar sus brazos, caían sin voluntad sobre su cuerpecito, sus ojitos también estaban diferentes sus pupilas se dilataban y poco a poco dejaba de hablar, no recuerdo si ya le habían puesto la mascarilla o le habían inyectado algo.

Alguien me alejo de él y me pidió retirarme, con un último esfuerzo por no dormirse trataba de tomar mi mano estirándola hasta que me alejé de él.

No sé si quienes estaban en esa sala aquel día creían en Dios, pero yo sí, así que antes de salir les dije:

¡Que dios los bendiga!

La puerta se cerró a mis espaldas y aunque las lágrimas se me iban como un chorro de agua, el mayor sentimiento que tenía era de salir corriendo.

No podía permitir que mi cerebro guardara esa imagen de mi bebé, sentía que si me acostumbraba a ella lo perdería.

Mientras esperaba en la habitación de terapia intensiva oré en silencio, pero no fue suficiente, así que caminé hasta el baño, cerré la puerta y me arrodille por unos segundos.

Señor he procurado vivir bajo tus reglas aunque no he sido muy buena haciéndolo, no quiero que te lleves otro de mis hijos, estoy de rodillas ante ti porque sé que eres el único que puede movilizar todo y a todos a favor de mi bebé, hazlo entonces, lo dejo en tus manos porque las mías ya no pueden hacer nada, déjame gritar tu nombre en alto, salva a mi hijo y contaré a todos lo que hiciste por él.

Me levanté, limpié mis lágrimas, me soné, salí del baño y me senté en el sillón reclinable de la pequeña habitación, prendí la tele, traté de dormir, pero no podía, escribía constantemente a Julio que no podía más de la preocupación, creo que a través de esa pantalla él y yo sentíamos lo mismo, sin embargo, él trataba de consolarme.

Una de las enfermeras abrió la puerta: Jimena ya acabaron la operación, en unos minutos lo traen y los médicos hablarán contigo, pero todo está bien.

Suspire hondo y profundo, el oxígeno quemó al entrar lo que me hace pensar que no había respirado del todo durante ese tiempo.

Cuando llegó me pidieron salir de la habitación hasta acomodarlo, venía dormido, con anestesia y oxígeno, no estaba despierto.

Mi corazón salto esperando lo peor.

Los médicos se acercaron a mí y la cirujana habló primero, resumió que fue un éxito y que dormiría por unas horas más, pues decidieron mantenerlo dormido para que no se intente quitar el catéter o no pueda dormir por las molestias, al amanecer, viendo que ya respire bien, le quitarían algunos equipos, se despidió y se fue porque tenía otra cirugía.

El anestesiólogo, tomó la palabra y muy coloquialmente me dijo, no se preocupe, le puse muy poquita anestesia considerando que es un niño y la cirugía no sería larga, pero en medio de la operación notamos que quería despertarse, así que decidimos ponerlo a dormir un poquito más, eso baja su frecuencia respiratoria, pero seguramente en unas horas más despertará sin problema.

Mi mente estaba nublada y le pregunté sin reparos:

¿Seguro no se les fue la anestesia? Sonrió como un chiquillo e intento explicarme algo de que realmente no era anestesia lo que lo hacía dormir ahora, que en realidad despertarse de aquí en adelante ya era cuestión de él, que de hecho lo intentaron despertar antes de salir de recuperación y no lo hizo, pero que todo en él estaba bien solo necesitaba un tiempo para reaccionar.

Hablé por teléfono con su doctora y me dijo que ya fue avisada de todo, que no debía preocuparme, que era mejor que no despierte enseguida, porque los niños suelen reaccionar mal después de la anestesia, suelen querer quitarse el catéter, los sueros etc. Así cuando despierte estará más relajado.

Ok, yo no había entendido bien las cosas y esto era algo planificado entonces estaba bien.

Igual no pude relajarme, lo observaba y cuidaba como los primeros días de nacido, cuando una pasa viendo si respiran bien, si esta tibio, me alteraba que no se moviera.

De vez en cuando sin que sus enfermeras lo vieran, lo remecía un poco y le decía:

¡Ya mi amor, Gabriel, puedes despertar, por favor despierta!

En la segunda ocasión que lo hice empezó a moverse y trato de abrir los ojitos, me sorprendió que cuando los abrió seguían dilatados, aún estaba perdido en alguna parte y no lograba regresar.

Su enfermera entró y me vio hablando con él, me dijo: está muy bien que hables con él, ya ves que va reaccionando, solo que aún le falta dormir un poquito. Cuando realmente despierte va a querer quitarse el catéter del cuello.

Ok, quitarse el catéter del cuello…

Así lo dejé un par de horas más, también ya había amanecido, así que volví a mecerlo y decirle que ya era hora de despertar.

Volvió a moverse, abrió sus ojos e intento hablar, apenas eran balbuceos. Después de eso desde el sillón, le decía con una voz medida para no gritar:

Ya monito, es hora de despertar, no seas tan dormilón, ya mismo llega tu papá y tu hermana, vamos despierta Gabo.

Cada vez se movía más, hasta que en una de esas abrió de golpe sus ojos, esos si eran un poco más parecidos a sus ojos.

Trataba de balbucear algo o mamá, pero estaba agitado, definitivamente quería quitarse cables y tubos, inmediatamente entro su enfermera y cuando lo vio dijo:

Ahora sí despertó y llamó a un enfermero y una enfermera más, entre los cuatro no podíamos sostener al pequeño, parecía Hulk en plena transformación, tenía una fuerza increíble, se retorcía y trataba de halarse todo a lo que estaba conectado.

¡Gabriel, hijo cálmaté! le gritaba y le decía: ese tubito en tu cuello está bien no lo dañes por favor.

Durante unos minutos forcejeamos con él, pero finalmente, si mal no recuerdo le pusieron algo para tranquilizarlo o se volvió a dormir, no recuerdo bien porque estaba impactada, esto era muy nuevo sobre lo que había visto de mi hijo.

Durmió un poco más y despertó más sosegado y consciente, le retiraron los cables y tubos que pudieron, entonces llegó un médico especialista en procedimientos de hemodiálisis y plasmaféresis.

Ese hombre se sentó por cerca de cinco o seis horas frente a Gabriel y el aparato que realizaba la diálisis y la plasmaféresis, sin parar de tomar los datos que reflejaba la máquina, mientras le hacía preguntas al enano sobre cómo se sentía o qué sentía, según esos datos movía, giraba y apretaba botones.

Definitivamente no era lo que yo había visto ni conocido sobre hemodiálisis.

Finalmente le pusimos mi laptop frente a él, en la mesa con ruedas de los alimentos y me di cuenta que mi presencia sobraba en la habitación.

El doctor me dijo, puede irse tranquila, vaya a comer o estirar las piernas todo está bien aquí”. El enano también habló detrás de la pantalla que no me dejaba ver su cara.

Si mami ándate no más, yo me quedo jugando.

Y pensar que hace unas horas estaba retorciéndose y luchando como Hulk por quitarse tanto aparato.

Tomé ese tiempo para hacer llamadas, desayuné y me senté un rato en el parquecito que está en medio de los edificios del hospital. Cisne había ido al colegio y una vez almorzara, hiciera la tarea y se cambiara de ropa, vendrían con su papá.

Julio se quedó el resto del fin de semana en el hospital, me dijo que él reposaría desde el lunes cuando lo operen así que era mejor que se quedara con Gabriel.

Yo acepte sin dudarlo. Sentía un agotamiento inaudito, jamás me había sentido tan cansada, no podía dormir y no sabía cómo solucionar lo exhausta que me sentía, ya me pesaba el alma no solo el cuerpo.

Recibimos a mi papá y nos hicimos el ánimo que faltaba para llegar hasta el lunes.

Tal como lo dice la popular frase: no hay fecha que no se cumpla, plazo que no se venza, ni deuda que no se pague, el día llegó.

Por primera vez en la vida decidí que Cisne se quedara con la tía Mabel y el tío Jorge a dormir la noche anterior para que sin problema Julio y mi papá llegasen a la clínica por la mañana.

Mientras mi papá se quedaba con Gabriel, hicimos el internamiento de su papá, la operación sería entre las cuatro o cinco de la tarde, sin embargo, a la una de la tarde nos comunicaron que todo estaba listo, los quirófanos se habían liberado y operarían a las dos de la tarde.

Julio se reunió con sus médicos y cirujanos varias veces antes del trasplante.

Es parte del proceso que ante ellos firme un consentimiento de que desea donar su riñón a su hijo, le explican todas las contrariedades que podrá sufrir de hacerlo.

Después de algunos exámenes decidieron que sería el riñón derecho el que extraerían, sin embargo, al momento que entraba en pabellón, en un examen muy completo para ver cada vena o vaso que alimenta su riñón y así no entrar a cortar a ciegas descubrieron que el riñón derecho tenía una pequeña anomalía, quizás un cálculo pequeño pero que no era perfecto para Gabo.

Con el mismo examen revisaron el riñón izquierdo, decidiendo que éste era la mejor opción para el niño.

Una vez más pusieron a Julio contra la pared y le hablaron en perspectiva sobre todas sus opciones, incluida la de que él podía desistir de donar y sin embargo nadie lo juzgaría.

Finalmente, con el riñón que se quedaba, nadie le podía asegurar que su vida posterior sería del todo saludable.

Además, estaban las posibilidades y estadísticas sobre el receptor, bien podía ser que el trasplante fallara por algún motivo.

Jamás existió una sola duda en mi esposo, pidió expresamente que el riñón a donar sea el que estaba en mejor condición y no desistió de su acto de amor.

Todo esto sucedió solo entre él, sus médicos y los encargados del papeleo, yo no estuve presente y eso me hace sentir mejor al respecto porque entonces no fue una decisión por compromiso, era una decisión que nacía de su noble corazón.

Esto me lo contaron sus médicos en un principio y lo confirmo él una vez pudo hablar después de la cirugía.

Bien, entonces serían quirófanos contiguos comunicados por una puerta, Julio entraría primero y cerca de finalizar llegaría Gabriel para implantar el riñón de su padre.

Apenas me despedí de Julio, pudimos darnos unos inocentes besos en los labios y tome su mano mientras la acariciaba camino a los pabellones, recuerdo una que otra furtiva lágrima correr por sus mejillas, una vez más si me preguntan no recuerdo si yo lloraba o no, supongo que no porque intentaba controlar el ambiente, echarme a llorar lo descontrolaría todo.

Solo me dejaron llegar hasta la recepción de pabellones, donde había una gran pizarra, con celdas que contenían nombres y números, ahí estaba un número y el apellido de Julio.

Sobre nuestras cabezas, frente al counter había una pantalla que informaba la hora de ingreso, salidas y estado de las distintas operaciones que se realizaban tras esas puertas abatibles. De verdad eran muchas.

Por un momento lo comparé a la sala de un aeropuerto.

Una vez esas puertas se cerraron, apoye mi espalda a la pared que se conservaba bastante fría, cerré mis ojos y respiré para dejar ir unas lágrimas, también oré un poco.

Alguien me vio y me invitó a sentarme a esperar en uno de los cubículos de espera, donde hay cómodos sillones con una mesa de centro con revistas y que generalmente los médicos utilizan para reunirse con los familiares después de las cirugías y transmitir resultados.

Me negué porque tenía a mi hijo en terapia intensiva esperando para despedirme también y mi familia había llegado a la sala de espera del piso.

Gabo tenía tiempo aún, así que salí hacía los tíos y mi papá, me impresionó saber que habían dejado a Cisne con otra tía para poder acompañarme en estas horas.

Eso si me preocupó y me dolió un poquito, pero obviamente los tíos tenían más experiencia en la vida y lo hicieron por el bien de mi hija y el mío, podría estar ocupada sin preocuparme por ella.

Por otro lado, que pasaba si algo resultaba mal y la nena estaba ahí para ver la peor parte de aquello, no sé, son tantas cosas pero la decisión que tomaron fue la mejor.

Igual las tías prometieron correr en la búsqueda de mi hija apenas yo se los pidiera. Finalmente, cuando hablé con mi enana al día siguiente, me dijo que lo había pasado increíble y muy tranquila.

Todos me abrazaron fuerte, muy fuerte, eso prometía que todo estaría bien, entonces me preguntaba como hubiese sido si lograba operarlo en EEUU, al momento que estuviéramos mi hija y yo solas en una sala de espera.

Apuntar a las estrellas estuvo bien, pero finalmente, que Dios guiara nuestros caminos hasta esta estrella me decía cuanto él me amaba, cuanto él deseaba que estuviera rodeada de amor en esos momentos.

Escribí algo en el celular y entre por mi hijo.

Jugaba en el computador, las enfermeras se lo quitaron y me hizo prometer que al salir le compraría un juego en línea de unos dinosaurios, se lo prometí todo.

Las enfermeras unas lindas personas y profesionales altamente preparados, también jugaban con él y le prometían que cuando saliera y empezara a comer todo le darían de comer lo que él más deseara.

Entonces pudiendo pedir cualquier cosa riquísima que no podía comer hace meses, cualquier plato exquisito, cualquier delicatessen extranjera, cualquier cosa que extrañara tanto como para ser lo primero que devore al momento de poder comer otra vez, él solo pidió un lolly pop (esto es lo que en Ecuador conocemos como un helado de palito, un gemelo de naranja).

La sencillez y humildad de su deseo, me hacía valorar aún más que mi mayor deseo en el mundo se estuviese haciendo realidad en ese mismo momento.

Una vez más, mientras rodaba su camilla yo caminaba junto a él, esta vez conocíamos el camino, al llegar a quirófano no fue complicado para él dejarse ir, nos besamos, no soltó mi mano.

Me llamas para despertar, como la vez anterior. ¿Si mami?

Las lágrimas se me soltaron, no pude contenerlas.

Si mi amor así será, nos vemos en un ratito más.

Y sus manitos empezaron a caer, así que yo misma me retire, y salió del quirófano contiguo el cirujano y me dijo: estamos listos con Julio vamos con este niño.

Mucha gente se movía y empezaban a seguir sus órdenes, a mí me acompañaron hasta la puerta, cuando se cerró a mis espaldas el dejavú de cuatro días atrás me asaltó.

Solo que ahora la mitad de mi vida estaba tras esas puertas, mi esposo y mi hijo al mismo tiempo en una fría mesa luchando por vivir, el uno pariendo la mitad de su vida para su hijo y otro llenándose del feroz aliento de una vida prestada.

Una vez más caminé sola hasta la salida, creo que una doctora venía conmigo no recuerdo cual, pero no sentía su presencia, por eso digo sola, sola en mis pensamientos, en mis temores.

Pregunté en el counter sobre ellos y me dijeron que apenas salga el primero me llamarían al celular o me enviarían un mensaje para que me acerque a la sala de recuperación.

Llegué hasta la familia en la gran sala de espera y todo empezó a transcurrir muy rápido, recibí llamadas, escribí en la página de Gabriel, pedí la oración de las personas que nos seguían, porque, aunque yo no dejaba de hacerlo en mis pensamientos, estaba cansada.

Me llevaron a comer algo, creo que no avance a comerlo todo y me llamaron que Julio estaba ya en recuperación.

Lo dejé todo y corrí, corrí por los pasillos como lo hacía cuando éramos enamorados y pactábamos un encuentro, sentía la misma desesperación juvenil de verlo y sentirlo en mis brazos, las piernas me parecían tan torpes y cortas, no me permitían llegar más rápido.

Me pidieron primero esperar en el cubículo porque su cirujano quería hablar conmigo.

El doctor me contó entonces lo del cambio de riñón, me habló algo de la distancia necesaria con que cortaron el uréter y no sé cuántas cosas más, finalmente todo había resultado bien así que firmé un documento que decía que fui puesta al tanto de los resultados de la cirugía, nos despedimos y me indicaron como entrar a recuperación.

Me detuve frente a la puerta y la abrí con sutileza, al pasar los vestidores me encontré con un verdadero centro de tráfico aéreo, era inmenso, un sin fin de cubículos con personas recuperándose y un gigantesco counter central, con varias pantallas colgadas con información de ellos, computadoras donde rápidamente escribían médicos y enfermeras.

Me dirigieron hasta Julio, y fue impactante.

Parecía que un tren le había pasado por encima, estaba muy hinchado, medio dormido me regreso a ver aún con oxigeno y las lágrimas de dolor se le iban por un camino que se había formado entre el rabillo final de sus ojos y sus mejillas, lo tenían abrigado con una especie de calefactor, me daba pena tocarlo, se veía tan delicado.

Paso quizás una hora o más no sé y decidieron llevarlo a su habitación, apenas pudo hablar me dijo:

¿Y Gabriel?

Me llamaron, le mostré mi celular, que el cirujano mando a decir que todo va bien.

Entonces yo le pregunte, como te sientes.

Me duele, duele mucho.

Limpié una lagrimita que caía en ese momento de su mejilla y nos llevaron por un sin fin de pasillos hasta el edificio para adultos, igual de impactante en tamaño, una vez lo dejaron en su habitación me despedí y regresé por los mismos pasillos hasta el counter de quirófanos.

La joven cirujana que le colocó el catéter y que ahora ayudaba al cirujano principal salió apurada y me dijo que ya estaban cerrando a Gabo pero que el nuevo riñón estaba funcionando y pronto saldría el cirujano a conversar conmigo.

Fue más o menos lo mismo que con el cirujano de Julio, todo estaba en orden.

Y entre esto y aquello, me pidieron que regrese a la UTI porque saldría del quirófano directo a terapia intensiva, pues no debía tener contacto con ningún enfermo o persona fuera de enfermeras, médicos y yo.

Cuando su cama llegó, me pidieron esperar fuera. La imagen de mi bebe fue terriblemente impactante.

Creo que nada en este mundo, ni las previas operaciones o haber trabajado en un hospital, nada te prepara algo así.

¡Virgen María! solo entonces comprendí tu dolor.

Es inexplicable, más o menos como si se te desgarrara el vientre y el alma se congelara, partiéndose en mil pedazos como un espejo imposible de reconstruir.

Solo entonces pude entender el sufrimiento de una madre viendo a su hijo siendo crucificado.

Mi guagua, mi pequeñito venía conectado en sus cuatro extremidades, con los brazos atados, tal como Jesús en la cruz.

Estaba inconsciente, con respiración artificial, entubado.

Lo de hace cuatro días no había sido nada en comparación a esto.

Su doctora, tomaba con fuerza mis hombros mientras yo veía por el vidrio de la puerta como el equipo de quirófano y de terapia intensiva actuaba desconectando y reconectando aparatos y tubos, parecía una danza perfectamente coordinada, nadie dudaba o se equivocaba dónde iba tal o cual vía, eso también era impresionante.

¡Listo Jimena! Ya está, todo está funcionando perfectamente, seguiremos evaluando pero todo ha salido de maravilla.

Había que entrar con bata, cobertor de zapatos, gorra y mascarilla.

Ingresé a la habitación cuando aún estaba una de sus enfermeras con él, entre despacio evitando ver todos sus cables y tubos, me senté pensando, orando y llorando por dentro.

De vez en cuando dejaba ir una que otra lágrima y no sé si era de felicidad o de dolor.

Se han puesto a pensar cuán difícil es en algunos casos separar las emociones de felicidad y tristeza, a las dos les gusta casi siempre ir juntas, parecen dos amantes incapaces de soltarse, no brilla una sin que la otra la acompañe desde la sombra.

Supongo que para este punto había aprendido que: sin haber vivido una gran tristeza tampoco puedes valorar momentos de felicidad plena.

Y es que puedes reconocer la alegría de un momento, la paz que tuviste algún tiempo, la ira y el coraje de un instante, pero solo puedes conocer la plena felicidad una vez que conociste del dolor y la tristeza absoluta.

Lo que sentía entonces es más parecido al limbo, ninguna de las dos era tan fuerte, pero tampoco podía quedarme como un alma en pena sin saber que sentir, así que decidí sentirme feliz, decidí estar dichosa de que mi hijo y mi esposo salieron de los quirófanos.

Habíamos labrado este camino paso a paso, esto no sería más que el comienzo de algo bueno.

Si después de la crucifixión y muerte de Jesús, él resucitó a la vida eterna el tercer día, más no fue inmediato, éste era solo un paso más de mi hijo hacia una vida nueva.

Tan solo hace un par de horas Julio, le había regalado la mitad de su vida a su hijo, lo lógico era que tomase tiempo para que esta echara raíces y floreciera.

Gabriel había vuelto a nacer, literalmente estaba llegando a una nueva vida.

Un nacimiento de por sí, es algo traumático, dejamos la seguridad del vientre de nuestra madre de manera abrupta, a empellones, salimos a un ambiente seco, donde nuestros pulmones deben llenarse de algo que no es el suave líquido que cubría y mantenía en perfecto estado nuestro cuerpo.

Nos someten a la luz, el ruido, la manipulación y la separación de lo único que conocemos.

Pero una vez volvemos con nuestra madre, no es que volvemos al vientre, nunca nadie nos devuelve lo arrebatado y lo maltratados que fuimos y nos sentimos, sencillamente empieza una nueva vida, los brazos de nuestros padres se convierten en el nuevo vientre y el oxígeno el nuevo líquido de vida.

No importa el método, si fue a empujones o porque nos extrajeron sin permiso, sencillamente empezamos un camino, uno hecho para conocer de donde provienen aquellas molestas luces.

Emprendemos entonces una aventura para descubrir de donde provienen esos ruidos que tanto nos alteraron e iniciamos una carrera por conocer esas caras y esos cuerpos tan extraños que nos reflejan y transportan.

Todo lo significativo en la vida tiene un proceso, puede ser triste o doloroso, alegre y apasionado también, solo queda estar conscientes de que estas emociones son parte de la vida, no hay que correr o evadirlas, cuando llegan hay que sentirlas, de otro modo no cumpliríamos con ese primer llamado que nos hace la vida, el de explorarla, hurgarla, descubrirla, la vida es una aventura, negarlo es perder el tiempo.

¡Vívela! ¡Siéntela! ¡Amala! ¡Cuestiónala! ¡Reniégala! ¡Descúbrela! y en esa labor no dejes de observar, sentir, gustar, tocar, soñar, crear, cambiar, evolucionar bajo una única y absoluta regla de: No dañar y ayudar las veces que sea necesario al que está a tu lado.

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